MARIO VEGA
LUNES, 25 DE ENERO DE 2010
El Presidente de la República solicitó perdón a nombre del Estado salvadoreño a las familias de las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos cometidos durante el pasado conflicto. Tal solicitud manifestó que el reconocimiento de la maldad intrínseca de los hechos señalados son ya parte de la conciencia colectiva y su mención no descubre una verdad nueva sino sólo resuelve una contradicción ética que se enconó por dieciocho años. Sólo cuando se nombra la verdad se está en condiciones de cambiar el significado que tiene.
El aceptar, pero más, pedir perdón por las acciones y omisiones del Estado, lejos de abrir viejas o nuevas heridas comienza un proceso de sanación. Ninguna caja de Pandora se abrió. Se abrió la posibilidad de la reconciliación genuina. La solicitud de perdón implica un reconocimiento de la dignidad de las víctimas. Se les reconoce como seres humanos, personas, pares, cuya integridad debió ser reconocida y respetada.
Cuando se logra que el victimario realice un acto de contricción y reconozca la dignidad de la víctima y vea cómo un grave error los razonamientos que le condujeron a actuar en contra de su prójimo, se establecen las bases para la justicia y el perdón. La solicitud de perdón abre así la puerta a las reparaciones.
El otorgar perdón a quienes la verdad ha señalado como culpables tiene un alto precio, cuesta mucho.
El perdón exige la capacidad de cargar sobre sí el mal y devolverlo en bien. Piedad para los que odiaron, amor al enemigo. Esto es extremadamente costoso y delicado cuando todas las fuerzas se han dirigido hacia la exigencia de castigo por la sangre derramada de las víctimas. Se hace necesario relacionar los muertos con la piedad y ser capaces de otorgar perdón a los que son la causa de sus muertes.
Por eso, los que son llamados a perdonar sufren más y lloran más que los que necesitan perdón. Además del dolor de su pérdida se suma la necesidad de otorgar la oportunidad de una vida nueva a los victimarios. Por eso, este proceso exige más tiempo, el tiempo del sufrimiento y, sobre todo, de los muertos, con la certeza de que ellos todavía quieren tener piedad y dar oportunidad de vida a los que se hicieron inhumanos por su violencia. En sus reflexiones los familiares de las víctimas reconocen que sus muertos estarían dispuestos a perdonar y eso les mueve a aceptar el sufrimiento que el victimario merece y a ofrecer la paz a quien no la merece.
En las relaciones sencillas es posible distinguir con claridad a la víctima y al verdugo. Pero en relaciones complejas como las nuestras, la identificación de responsabilidades no es tan fácil. Víctima y verdugo se confunden. Y no solamente es complejo definir el vínculo entre víctima y victimario sino también la secuencia histórica de la responsabilidad.
Es difícil determinar quién tiró la primera piedra. Una vez se desata el torbellino de la violencia los hechos adquieren una dinámica infernal donde los excesos se vuelven mayores e indiscriminados. Llega el momento cuando todos necesitan ser reconocidos, todos necesitan conversión.
Si la meta de la reconciliación es devolver la vida y la esperanza a los pueblos, el perdón sinceramente buscado y generosamente dado es la puerta transformadora que da acceso a ella. El perdón es un proceso de pérdida que hace ganar. Es una nueva dimensión que forma parte esencial del mundo nuevo que la fe cristiana anuncia y que la esperanza aguarda. Enhorabuena señor Presidente.
*Pastor general de la misión cristiana Elim.
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